martes, 20 de noviembre de 2007

ECLIPSE DE LUNA: CAPITULO 2

DOS


12 de Julio, 2510.


Durante las siguientes cuarentaiocho Moreno casi no abandonó su oficina. Durmiendo a ratos, y alimentándose a base de comida chatarra mandadas a pedir a restaurantes cercanos, pudo ir organizando el tremendo desorden que la guerra vino a provocar en el trabajo policíaco.

Nuevas directivas desde la central. Los crímenes comunes pasaban a segundo plano. Lo importante ahora era estar preparados para enfrentar cualquier situación que pudiese significar una amenaza para la seguridad interna.

Como si hubiese alguna duda sobre la gravedad de la crisis que enfrentaban, el propio comandante Costa había aparecido en la estación a la mañana siguiente del inicio de la guerra. Dos agentes del Consorcio de Inteligencia le acompañaban. Venían con el propósito de colaborar en estas nuevas tareas y pronto Moreno los tuvo en su propia oficina, revisando documentos e impartiendo instrucciones sobre como tendrían que ser hechas las cosas desde ese momento en adelante. Costa se veía visiblemente aliviado de que hubiese alguien preparado para hacerse cargo y así eximirlo de todas aquellas responsabilidades y deberes.

En cambio, Moreno no pudo evitar sentirse molesto por la intromisión. Sin embargo, podía entender la preocupación de los altos mandos, ya que desde el primer momento se produjeron incidentes, tanto en el Corredor Korolev, como en otros sitios donde se concentraba la población marginal de la Luna.

Allí era donde habitaban la mayoría de los recién llegados, emigrantes de la Tierra que habían arribado los últimos años o décadas, y muchos de los cuales provenían de la propia Federación del Pacifico. Entre ellos podía estar oculto un verdadero ejercito de agentes enemigos, y en efecto, algunos de ellos ya habían hecho sentir su presencia arrojando panfletos subversivos, rayando murallas, y destruyendo luminarias y cámaras de vigilancia. Ese era el nuevo adversario al que se enfrentaban y contra ellos debían dirigir todos sus esfuerzos. Hiranandani y la Mara Omega tendrían que esperar. Se decidió que debía continuar con el caso del homicidio del embajador marciano, pero ya sin ninguna urgencia, y de hecho, destinando solo el tiempo y los recursos que pudiesen sobrar luego de lo que ahora pasaba a constituir su principal deber.

A lo largo de todo aquello, el teniente Tennyson había permanecido a su lado, colaborando y facilitando considerablemente su trabajo. Casi se sentía en deuda con el joven teniente, ya que no podía dejar de reconocer que sin su ayuda las cosas habrían sido mucho más difíciles.

“Isaac, váyase a dormir.” Le dijo mientras ambos revisaban los distintos turnos que sus hombres iban a cubrir desde el día siguiente.

“No se preocupe, capitán.” Aseguró. “Mejor es que usted se tome un descanso. Se ve muy agotado.”

¿De veras?, se preguntó Moreno. No había tenido tiempo ni para mirarse al espejo. Ni menos para darse una ducha o afeitarse. Eso, y el cansancio y el sueño. En efecto debía tener una apariencia terrible. Pero al menos habían logrado poner un poco de orden en la oficina y la febril actividad de las horas pasadas había disminuido. Tennyson tenia razón, concluyó. Era la oportunidad para tomarse un descanso.

“De acuerdo, teniente. Me retiro por unas horas.” Le dijo. “Y cuando vuelva quiero que usted haga lo mismo, ¿entendido?”

“Si, jefe.” Le contestó el otro, esbozando una sonrisa.

Moreno se encaminó hacia la salida, pero solo alcanzó a dar unos pocos pasos antes que Hitomi le informara que los resultados de laboratorio del caso del embajador Wang ya estaban en su correo electrónico. Se detuvo en medio de la calzada y pidió acceso a los datos.

Cabellos y otros restos orgánicos de al menos ocho personas habían sido encontrados en la escena del crimen, entre ellas la de una mujer identificada como Luang Sumalee. Esto no sorprendió a Moreno, pues desde luego se trataba del lugar donde la prostituta solía ofrecer sus servicios. Pero además, las huellas digitales de la joven habían sido descubiertas en la empuñadura del arma homicida. Eso, por supuesto, era inesperado.

Y absurdo, pensó el policía. Nadie usa una bomba electromagnética para eliminar evidencia y luego deja las marcas de sus dedos en un cuchillo. A menos que hubiese sido hecho a propósito. Casi podía imaginar al verdadero asesino encontrándose con Sumalee desmayada en el baño, y aprovechando la oportunidad para poner sus dedos sobre el puñal con la esperanza de confundir a los investigadores.

El segundo reporte que leyó, allí justo, con letras de color plateado delante de sus ojos, no hizo más que confirmar sus conclusiones. Era de la autopsia e indicaba que la causa de muerte no estaba totalmente dilucidada. Podía haber sido por desangramiento, pero también debido a la destrucción de un complicado implante ciberorgánico instalado por debajo del encéfalo de la víctima, entre los nervios ópticos y el cerebelo. El artefacto era tecnología marciana y su función no estaba clara. Pero algunos de sus circuitos se habían fundido a causa de la detonación electromagnética, y el calor generado había dañado tejido vivo. Suficiente como para causar la muerte por si mismo. Solo que además lo habían degollado. ¿Para que?

Habían fotografías disponibles. No quiso verlas. No por ahora.

Recordó que debía avisar a Johansonn sobre esta nueva información. Pero decidió que antes debía confirmar sus sospechas. Ademas, consideró, aquellas ordenes se las habían dado cuando había una guerra que impedir. Ahora el CEO del Consorcio de Seguridad debía tener asuntos mucho más importantes que atender que su reporte sobre el caso.


Hitomi se contactó con el administrador del burdel. Sumalee no se encontraba allí, así que Moreno decidió buscar la dirección que la mujer había dado como lugar de residencia. Por supuesto, su IA personal hizo el trabajo por él, y tras hacer aparecer ante sus ojos un mapa tridimensional del sector, trazó una complicada ruta destacándola en rojo.

Así, se dejo guiar por laberínticos pasillos, sombríos y sucios, descendiendo hasta llegar hasta una gran escotilla de seguridad, en algún recóndito rincón de las Cloacas del Corredor Korolev. Dos hombres robustos, vistiendo camisetas y pantalones rasgados, y mostrando sus notorios tatuajes en cada brazo, parecían vigilar aquella entrada. Pero no le impidieron el paso y la compuerta se abrió ante el, respondiendo a las ordenes que Hitomi se había adelantado en dar. Otro túnel oscuro y luego desembocando en un amplia cámara, circular y elevada, que ascendía verticalmente a lo largo de tres niveles, y que era parte de un antiguo sistema de aireación. Arriba alguna vez habían existido grandes ventiladores de aspas, pero ahora solo quedaban muñones de metal adosados al techo. Abajo un piso cóncavo, lleno de inmundicias, y por todos lados pequeños huecos redondos, como aquel por el cual había llegado, y por donde algunas vez habían hecho circular el aire. Todo ello era ahora un improvisado conjunto habitacional regido por la Mara Omega.

Ascendió por una de las tantas escalera de fierro adheridas a las paredes, hasta llegar junto a una pequeña esclusa empotrada en la pared. Llamó pero nadie contestó. Comenzó a devolverse, pero entonces escuchó ruido en el interior. La compuerta se abrió.

“¿Detective Moreno?” Dijo ella asomando su rostro por el borde. “Que sorpresa. ¿Pasa algo?”

“Necesito hablar contigo.” Indicó. Ella hizo un ademán para que subiera y desapareció.

El lugar era apenas un cubículo y Moreno tuvo que entrar encogido. Al fondo un improvisado camastro cubierto mantas de vivos colores y más adelante una alfombra rodeada por algunos cojines, algunos de los cuales aun permanecían aplastados. En las paredes algunas repisas y estantes con las pocas posesiones de la muchacha, mayormente vestiduras y algunos aparatos electrónicos. Detrás del lecho, una compuerta. El policía supuso que probablemente conducía al baño. O a la minúsculo agujero que seguramente debía servir para tal propósito.

“Por favor, siéntese.” Le ofreció Sumalee indicando uno de los cojines y mientras abría uno de los pequeños estantes adheridos a la muralla. “¿Quiere un café?”

El iba a rechazar la oferta pero cambió de opinión. Hacia mucho que no dormía y la bebida le podía servir para mantenerse alerta. Además era un adicto a la cafeína.

“Si, gracias.”

Se sentó y mientras la muchacha preparaba café para ambos, pudo fijarse en dos aparatos que permanecían amontonados en una esquina. Uno era una placa negra de forma hexagonal y que el policía reconoció como un reproductor holográfico. Una pieza de tecnología bastante común y nada especial.

En cambio no pudo identificar el segundo objeto. Un tubo negro con varios apéndices vermiformes en un extremo, y terminados en cabecillas rojas y relucientes. ¿Algún tipo de transmisor? No estaba seguro.

“¿Y bien?” Lo interrumpió ella.

“Tenemos un problema, Sumalee.” Empezó el, volviendo al asunto que lo había traído hasta ahí. “Tus huellas digitales aparecieron en el cuchillo con que mataron al embajador.”

Ella sorbió de su café, sin contestar inmediatamente.

“¿Viene a arrestarme?” Dijo finalmente. “¿Es eso?”

“No. Vine a ver que tienes que decir al respecto.”

“Pues no tengo nada que decir.” Indicó de pronto exaltada. “Yo no lo mate, si es lo que quiere saber.”

“¿Y entonces por que tus huellas están en el arma homicida?”

“No lo se. Usted es el detective, no yo.” Contestó ella, molesta. Pero había algo más. ¿Miedo? Quizás, se dijo Moreno. Probablemente.

“Eso no me ayuda mucho.”

Ella lo miró con una expresión endurecida.

“¿Y como quiere... como quiere que lo ayude?” Dijo alterada. Entonces dejó su taza de café a un lado, se hecho hacia atrás, separo sus piernas y se levantando el vestido. “¿Así? ¿Esto es lo que quiere, detective? Estoy harta de todo esto. Así que venga para acá, tome lo que vino a buscar y váyase.”

El se incorporó y se acercó a la muchacha. Pero solo para arrodillarse a su lado. Gentilmente tomo los bordes del vestido y devolvió la prenda a su posición original. Ella lo miró con los ojos entrecerrados y mordiéndose los labios.

“Sumalee...” Dijo el llevando una mano hasta la cabeza de la muchacha. Intentó acariciarla, pero ella se lo impidió.

“No me compadezca, detective.”

No la compadecía. O quizás solo un poco. De hecho la admiraba, en cierta forma, por poseer una personalidad tan fuerte y audaz a pesar de las terribles circunstancias de su vida.

“No es eso, Sumalee. Es que estoy muy preocupado por ti.” Le confesó. “Creo que los verdaderos asesinos están tratando de inculparte. Por lo mismo no creo que sea seguro que sigas viviendo acá.”

Inesperadamente ella tomó una de las grandes manos del policía entre las suyas, tan menudas. Su mirada era más transparente y en vez de rabia o angustia, de nuevo solo había tristeza y desolación.

“Créeme, aquí estoy más segura que en ningún otro lugar.”

“¿Con la Mara Omega aquí? No lo creo.” Opinó el.

“Gary...” Empezó ella por primera vez pronunciando su primer nombre. “Si la Mara me quisiera muerta, hace tiempo que ya lo estaría, créeme. Ellos son la mejor protección que puedo tener.”

Por supuesto, pensó él. Ella era parte de la Mara. Mientras pudiesen obtener ganancias explotando su joven y hermoso cuerpo, ellos se encargarían de mantenerla viva. Quizás en eso tenia razón.

“Entiendo.” Dijo él, sabiendo que ya no existía ningún motivo para permanecer en aquel sitio. Quizás nunca había habido ninguno en realidad.


Cuando llegó por fin a su departamento se encontró con que Hitomi ya había mandado pedir noodles con pollo agridulce a un restaurante de comida tailandesa.

Mientras engullía los fideos intercalándolos con sorbos de una gaseosa, la IA hizo aparecer un recuadro en su campo visual donde le presentó un resumen de las últimas novedades de la guerra.

La Unión Panterrestre había intensificado sus ataques sobre las posiciones de la Federación del Pacífico, tanto en China como en el sudeste asiático. La Luna, que poseía varios satélites y bases orbitando la Tierra, había apoyado a sus aliados arrojando misiles y dirigiendo láseres sobre las formaciones del enemigo.

Otros reportes se referían a la Flota Expedicionaria de Marte que se había refugiado en torno a los restos de la Estación Hesperus. Un comandante selenita explicaba que pronto enviarían a la primera flota para enfrentar dicha amenaza mientras se mostraban escenas del Crucero Copérnico, la nave insignia del contingente, siendo abastecido y preparado para la batalla.

Finalmente, y en un breve apartado, se informaba que fuentes de inteligencia habían confirmado que refuerzos enemigos había zarpado desde sus bases en la órbita de Marte y que ahora se dirigían a toda marcha hacia el frente. Dada la actual posición relativa de los planetas, la flota marciana tendría que atravesar todo el sistema solar interior, pasando cerca del Sol, para poder llegar a su destino. Entre uno y dos meses de viaje. Tiempo más que suficiente para que el alto mando tuviese todo dispuesto para recibirles, concluía el comentarista.

Mientras Moreno observaba, de pronto le pareció como que todo aquello estaba ocurriendo demasiado lejos, como si se tratara de alguna otra realidad. Aparte de los inconvenientes que podían haber surgido en su trabajo, la guerra era algo que estaba sucediendo allá, en el espacio exterior o en la Tierra, y él era solo un espectador distante que podía ver los últimos reportes tranquilamente desde su hogar mientras comía algún bocadillo. No había nada que temer. El gobierno, las corporaciones, los metaciudadanos y el ejercito se encargarían de todo de modo que los hombres y mujeres comunes y corrientes, como él mismo, pudieran continuar con sus vidas y sus trabajos sin problemas.

Ciudad Armstrong, toda la Luna, seguían siendo un oasis de armonía y prosperidad en medio de un universo convulsionado. Así había sido desde el comienzo de la tercera guerra mundial, a mediados del siglo XXI, y a través de los interminables conflictos que le siguieron a lo largo de los últimos cuatrocientos cincuenta años, y que terminaron hundiendo a la Tierra en la oscuridad y la barbarie.

Durante ese periodo, sin embargo, la Luna había se vino a convertir en el baluarte y el salvavidas de la civilización. Al principio había sido difícil. Con pocos medios, aislados y en un ambiente hostil, los primeros colonizadores habían perseverado y habían logrado construir una nación prospera. Tras una muralla impenetrable de vacío interplanetario habían levantado una ciudad y un imperio. Un Bizancio de la era espacial.

Y también una ciudadela inaccesible, en el Cráter Shrodinger, una corte inmortal que regía sobre aquellos dominios. Gentiles señores que solo en raras ocasiones descendían desde sus altos tronos para involucrarse en el mundano quehacer de sus súbditos. Los metaciudadanos.


Su matrimonio con Amelie había partido con los mejores auspicios. Su propia familia estaba por supuesto encantada. A través de tal unión no solo Gary, sino que sus padres y hermanos, todos ellos, tenían una posibilidad de llegar a ser, ellos mismos, metaciudadanos. De hecho, esa había sido la aspiración permanente de su padre. Por eso había trabajado tan duro, escalando paso a paso hasta llegar tan lejos como un ciudadano podía llegar. Solo para encontrarse con que no se le permitiría ir más allá. Pero la esperanza seguía existiendo, y eso no era de extrañar. La promesa de una vida prolongada de varios siglos como mínimo era algo que no pocos deseaban. Pero también había otra cosa. Los privilegios y el poder que tal condición conferían eran un aliciente adicional. Uno que, Moreno sospechaba, era todavía más relevante para el viejo policía. Ahora su sueño estaba al alcance de su mano, inesperadamente gracias a su hijo.

Y por eso, cuando después de algunos años su padre se enteró de que las cosas ya no iban tan bien con Amelie, se molestó y lo conminó a arreglar la situación. Pero no había mucho que hacer. Él la amaba, pero cada vez estaba más seguro que el sentimiento no era reciproco.

Los primeros signos habían sido los intentos de la mujer por revivir sus primeros tiempos. Habían comenzado a visitar nuevamente los bares del Sunriver, pero el lugar ya no era el mismo, y ellos tampoco. Un sentimiento melancólico y frustrante se apoderaba de Moreno cuando recorrían aquellos sitios, intentando emborracharse o recurriendo a algunas drogas para buscar las sensaciones extraviadas. Para ella era peor. Había vivido lo mismo muchas veces. Estimaba a su esposo, pero ya había querido a otros antes. Incluso había amado. Pero aquellos rostros eran ahora solo siluetas en la niebla que cubría permanentemente su mirada.

Habían buscado nuevos lugares y nuevas experiencias. Cambiaban de cuerpos, aveces él dentro de ella y ella dentro de él. Incluso arrendaron cuerpos ajenos y él hizo el amor con mujeres de todas las razas y edades, pero siempre era Amelie. Exploraron la homosexualidad y el lesbianismo. Nada de ello funcionó.

Ella exigía más y más. El comenzó a vivir pendiente de sus deseos, queriendo satisfacerla, logrando alcanzar cierta ilusión de felicidad cada vez que ella agradecía sus gestos. De verdad, porque la amaba. No quería perderla. Ella, a su vez, era una mujer que había vivido muchas vidas y que conocía todo lo que era necesario saber. Y que comprendía el sufrimiento de Moreno, y sabia lo que tenia que hacer para mantenerlo contento.

Pero también sabia que no era correcto seguir construyendo una mentira. Ella tenia muchas vidas por delante que necesitaban ser vividas, pero también entendía que Moreno tenia solo una y que tenia que aprovecharla y no desperdiciarla al lado de una mujer que ya no lo amaba. Finalmente se lo dijo.

Pero él ya sabía que ella estaba frecuentando a otro hombre, un historiador y escritor muy de moda. Ya había llorado lo que tenia que llorar. Durante un tiempo se había engañado a si mismo imaginando que solo era un desliz de su mujer, y que pronto regresaría a el pidiéndole perdón. Ahora comprendía que no seria así. Estaba devastado y ella intentó consolarlo. Solo consiguió humillarle.

Amelie se sentía culpable, él lo sabía, y quiso compensarlo de muchas formas. Le prometió que intentaría ayudar a su familia a lograr la metaciudadanía de todas formas y que usaría sus influencias para conseguirle a él un ascenso. El rechazo todos los ofrecimientos y le pidió que saliera de su vida.

Su padre lo había llamado y lo había increpado. Su enojo y su frustración eran enormes y no dudo en decirle a Moreno todo lo decepcionado que estaba de él y del daño que acababa de hacerle a toda su familia. Pero él estaba en un punto donde las reacciones de su padre tampoco le importaban. Comenzó a beber con frecuencia y a faltar al trabajo. Sus superiores disculparon varias veces sus ausencias pero finalmente perdieron la paciencia.

Un día le anunciaron que seria transferido a otra unidad. Sin embargo el traslado nunca se concretó y en cambio terminaron dándole unas vacaciones pagadas donde quisiera y un aumento cuando regresara. El castigo se había convertido en un inmerecido premio a su negligente actitud, y no necesitaba esforzarse mucho para saber quien había estado detrás de todo aquello.

Rechazó todo. Algo de orgullo le quedaba como para no querer aceptar ningún favor pudiese provenir de la lastima que le podía inspirar a su ex-esposa. Solicitó el traslado por si mismo. Al más oscuro rincón que pudo encontrar. El Corredor Korolev. Un lugar peligroso, por lo que había oído. Un lugar donde podría alejarse de todo, olvidar, lamer sus heridas, y luego, quizás, comenzar de nuevo.

Cuatro años habían pasado desde que había tomado esa decisión. Nunca podría haber imaginado cuan distinto era el verdadero trabajo policíaco que realizaba allí de lo que había hecho en el ahora lejano Fra Mauro. Pero no estaba arrepentido. Había sido su elección y aun consideraba que había sido la mejor.

Sobre su padre y el resto de su familia, parecian haber muerto para él. Ocasionalmente tenia algunas noticias gracias a la única de sus hermanas con la que seguía hablando. De Amelie nunca supo nada más.



13 de Julio, 2510.


Seis horas más tarde Hitomi le despertó gentilmente. Él mismo le había dado esas instrucciones, pues había trabajo pendiente en la oficina y le había prometido a Tennyson reemplazarlo tan pronto como fuese posible.

Se levantó y se dirigió al baño con la intención de orinar y luego ducharse. Pero antes de llegar se dio cuenta de que alguien había deslizado un sobre debajo de su puerta.

En la era de los mensajes electrónicos instantáneos, las inteligencias artificiales que administraban las cuentas y la correspondencia trivial, y las transmisiones holograficas o virtuales que permitían una comunicación mucho más directa e intima, era del todo infrecuente encontrarse con algo así.

Recogió la carta, extrañado, y vio su nombre escrito a mano en el envoltorio. Lo abrió. Adentro una hoja de papel y una tarjeta de datos. Entonces si que se llevó una sorpresa al comprobar que era un mensaje del embajador suplente de Marte, el hombre con el que nunca había logrado reunirse porque justo aquel día había estallado la guerra.


Estimado capitán Moreno;

Soy Wilson Sandoval-Neves, primer secretario de la embajada marciana en la Luna. Primero permítame disculparme por no haber podido encontrarme con usted tal como habíamos acordado, y lamento que tampoco esto sea posible por ahora.

Sin embargo mi gobierno, y yo personalmente, seguimos interesados en el desarrollo de la investigación y el esclarecimiento de los hechos que condujeron a la muerte del embajador Chang. Es por ello que adjunto copia de algunos documentos y archivos encontrados entre las posesiones del embajador, y que estamos seguros de que podrán ayudarlo en su labor.

Una vez revisada esta información probablemente usted decida entregarla a sus superiores. Por supuesto, comprenderemos si decide hacerlo así. Eso no nos causara ningún inconveniente. Nuestra única intención es entregar la evidencia de que disponemos a las autoridades pertinentes, confiando en que se hará el mejor uso posible de ella, dadas las presentes y muy especiales circunstancias.


La misiva concluía con las usuales formulas de cortesía y la firma, de nuevo manuscrita, del diplomático.

Moreno tomó la tarjeta y la activó. Su IA personal se encargó de ingresar los códigos y los datos fueron transmitidos a su implante. Luego ellos fueron desplegados ante sus ojos, audio incluido. Primero, los planos de la estación Bridenbaugh, en gran detalle, tal como los habían confeccionado los ingenieros de la compañía marciana que había sido responsable de su construcción.

También un listado de contraseñas de acceso a distintas áreas restringidas de la estación, aquellos que eran utilizados principalmente por los técnicos de mantención, en su mayoría también marcianos.

Un archivo que daba cuenta de un ataque informático contra los sistemas de la embajada marciana en la Luna y de como todos los datos anteriores habían sido robados.

Una copia de la IA que había encabezado el ataque. Su firma decodificada, que delataba a sus creadores y propietarios. SeleCorp, una de las tres supercorporaciones selenitas. Una de aquellas cuyas bases quedaban dentro de la zona prohibida, en las ciudadelas del Cráter Shrodinger, en el lado oscuro de la Luna..

Fue precisamente en ese momento que los datos y toda esa información desapareció súbitamente y fue reemplazada por un anuncio en letras parpadeantes;


Usted esta accesando información clasificada. Cese de inmediato esta acción y preséntese ante las autoridades competentes más cercanas.”


Un instante después Hitomi le informaba que por orden del Consorcio Central de Inteligencia Nacional ella estaba tomando control de sus funciones motoras y sensitivas. Ya no pudo oír ni ver nada más, y su conciencia fue trasladada a una habitación virtual, sin puertas ni ventanas, y sin nada en su interior, solo un piso frío y una esquina donde acurrucarse. Eso, mientras su IA personal se encargaba de transportar su cuerpo, y los archivos marcianos, hacia la Cúpula Apolo, a las oficinas del Consorcio de Inteligencia.


“Pero capitán, usted no es tonto.” Afirmó el agente. “Eran documentos de un gobierno enemigo, información confidencial. Usted sabía que no debía revisar esos archivos.”

Se hallaba sentado en un incomoda silla en el centro de un pequeño cuarto de interrogatorios, de paredes lisas y potentes focos en lo alto. Tres hombres del Consorcio de Inteligencia, claramente distinguibles por sus estereotipados trajes negros, se hallaban frente a él, detrás de un amplio escritorio; dos oficiales jóvenes a los costados, y un anciano en el medio y al que los demas obedecían.

El que estaba más a la izquierda es el que le había hablado y el que hacia casi todas las preguntas.

“Es verdad. Pero era información relacionada con el caso que estoy investigando. ¿Que habría hecho usted en mi lugar?” Contestó él. Todavía se sentía afectado por la violenta experiencia que había sufrido, la de que su cuerpo hubiese sido usurpado y su mente hubiese sido separada de él, pero incluso por sobre ello su irritación comenzaba a hacerse evidente.

“No estamos discutiendo lo que yo habría hecho, capitán. Si no lo que usted hizo.” Indicó el interrogador.

“Calma Ahmed.” Intervino el más viejo, sin hablar realmente. Su voz solo en las cabezas de los presentes. “Capitán, entendemos que no hubo malicia en sus actos. Eso esta claro, ¿entendido?”

Todos asintieron. Ahmed se rascó la barbilla. Su superior regresó al ensimismamiento del que había surgido tan repentinamente.

“Ahora explíquenos porque no informó a su oficina central sobre las nuevas evidencias en su investigación, tal como su CEO le solicitó explicitamente.” Continuó el mismo oficial.

“Por supuesto iba a hacerlo, pero cuando estuviera seguro de la real importancia de dichas pistas. Creo que pueden ser falsas, fabricadas con el propósito de inculpar a un inocente. Y yo no quería hacer perder el tiempo de mis superiores.”

“Hemos revisado su entrevista con Luang Sumalee y hemos visto que usted le informó a la sospechosa sobre estas pruebas que la incriminaban. ¿Considera prudente haber hecho eso?”

Habían revisado su encuentro con la muchacha. Repentinamente se sintió avergonzado, pero también mucho más molesto.

“Estime que su reacción frente a eso, y las acciones que tomara a continuación podían darme algún indicio sobre la veracidad o no de las pruebas.” Explico Moreno.

“Sin embargo, luego de la entrevista usted se fue a su departamento. No ordenó un seguimiento de la joven ni nada parecido.” Subrayo el agente.

“Las respuestas de Sumalee me parecieron convincentes y confirmaron mis sospechas de que las evidencias en su contra pudieron ser puestas allí por otros.”

El anciano volvió a intervenir, alzando una de sus manos como anuncio y advertencia.

“Si, detective. La respuesta de la sospechosa fue bastante convincente. Pero estará de acuerdo conmigo que existe la posibilidad de que ella sea una buena actriz y sea ella quien este mintiendo.”

“Si señor, es posible.” Aceptó él.

“Esta bien, detective.” Siguió. “Entendemos que es su investigación y usted sabrá como llevarla a buen termino. Ahora tenemos algo más importante que discutir.” Indicó hablándole a los otros oficiales. “Tenemos que tomar una decisión.”

Todos asintieron. Se miraron por unos segundo, sus IAs intercambiando distinto tipo de impresiones e información.

“Ya que, queriéndolo o no, usted tuvo acceso a información secreta, pero comprendiendo que esta puede ser de ayuda en su investigación, hemos decidido explicarle todo el asunto, para evitar malos entendidos. Pero entienda que lo que hablemos aquí no podrá salir de este cuarto, no podrá reproducirlo en sus informes ni comentarlo con nadie. ¿Entendido?” Señaló el anciano.

“Si señor.”

Desde siempre, el punto débil de la Luna había sido su dependencia por productos que provenían del planeta madre; metales, alimentos, incluso aire y agua. Muchas veces las naciones terrestres, que ambicionaban poner sus manos sobre sus crecientes riquezas, intentaron doblegar al satélite impidiéndole el acceso a dichos recursos. Los selenitas tuvieron que enfrentar difíciles periodos de escasez y privaciones, pero al final superaron todas las pruebas y prevalecieron.

Fueron sus enemigos quienes poco a poco comprendieron la necesidad de negociar. En medio de las encarnizadas guerras en las que se veían permanentemente involucrados eran ellos quienes ahora necesitaban de un socio poderoso que pudiese surtirles de nuevas y sofisticadas tecnologías. Los que primero entendieron esta realidad fueron los que pudieron favorecerse de ella y alzarse como los nuevos señores del mundo. Medio centenar de ciudades-estado dispersas sobre la faz del planeta, que no habrían podido sobrevivir sino al amparo de la Luna.

Esta relación simbiótica entre los selenitas y sus aliados terrestres fue desarrollándose a lo largo de varios siglos y ambas partes pudieron disfrutar de sus beneficios por largo tiempo. Pero ahora estaba seriamente amenazada por los intereses y maquinaciones de un poder relativamente nuevo en la escena interplanetaria, Marte.

El planeta rojo, que había conseguido su independencia hacia poco más de doscientos años. Allí se había refugiado la facción derrotada tras las penosas guerras civiles que azotaron la Luna durante la centuria anterior, y allí habían establecido su nuevo dominio. Pero no podrían disfrutar mucho de él, porque la siempre insurrecta población marciana, apoyada por las huestes de forajidos que habitaban el Cinturón de Asteroides, terminó expulsándolos dos décadas después y levantando su propio estado.

Y desde el principio la República de Marte había soñado con poder desafiar la supremacía lunar y tener acceso a las riquezas de la Tierra. Lo había intentado de diversas formas, desde proteger y financiar el comercio clandestino hasta fomentar la disidencia en las colonias y bases que la Luna poseía en la órbita terrestre.

El presente conflicto era solo un capítulo más en esta historia. Solo que esta vez Marte finalmente había conseguido un aliado allí abajo, la Federación del Pacifico. Juntos pretendían desconocer todos los tratados y hacerse con el control del comercio interplanetario, aislando a la Luna, cortándole el suministro de recursos naturales que ella tanto necesitaba. Explotando su mayor vulnerabilidad y esperando someterla a través de ello.

Sabían que la Luna no permitiría que eso ocurriera, y por eso había sido necesaria una guerra, y una excusa para poder iniciarla.


“Fueron ellos mismos quienes destruyeron la estación, y ahora intentan inculparnos para justificar la agresión.” Concluyó. “Como sabrá, este tipo de estratagemas no es nuevo. Y con ello pretenden volcar a la opinión publica en favor de la guerra. Los marcianos son gente pacífica, y sin una buena razón, se resisitirían a ir a la guerra. Pero una buena razón es precisamente lo que les están dando ahora. Una buena razón, y una mentira.”

El anciano hizo una pausa y pareció meditar unos instantes sobre lo que diría a continuación, adoptando una actitud más circunspecta.

“Por ello también creemos que ellos mismos mataron al embajador Wang, o contrataron a alguien para que lo hiciera. A la Mara Omega probablemente.” Indicó. “Esto porque es cierto que tuvimos algunos contactos con Wang.”

El embajador, explicó, no había estado de acuerdo con los planes trazados por su gobierno. Asumiendo un gran riesgo, él mismo se había comunicado con el Consorcio de Inteligencia, y les había advertido sobre lo que podía suceder. También les había facilitado acceso a ciertos documentos que detallaban el como se llevaría a cabo la operación, con la esperanza de que agentes selenitas pudieran impedirlo. En efecto, eran los mismos datos que aparecían en la tarjeta de datos que le habían hecho llegar, solo que expuestos de tal forma que parecía que la Luna, y no Marte, era la responsable del atentado.

“Pero por supuesto le toca a usted averiguar si nuestras sospechas son ciertas.”

Moreno asintió con la cabeza.

“Capitán, queremos encontrar a los responsable de la muerte del embajador. O al menos que se sepa la verdad.” Concluyó el jefe de los interrogadores.


Después de lo sucedido sentía cierta aversión a usar las interfaces de su implante, así que de regreso a su oficina Moreno rechazó las sugerencias de Hitomi y solo se permitió mirar las últimas noticias de la guerra a través de las pantallas del vagón de tren que lo transportaba. Allí pudo ver imágenes de la flamante primera flota zarpando finalmente al encuentro de la batalla. Una voz detrás de cámara ofrecía optimistas impresiones sobre la capacidad de combate de las unidades y sobre la habilidad de sus comandantes. De fondo, música suave, pero intensa, que crispaba los pelos. Aquellos hombres eran héroes y nada los podría doblegar. La victoria era cierta y los ciudadanos de la Luna nada tenían que temer.

Pero de alguna forma el entusiasmo y la confianza no lograban alcanzar a Moreno. Es que por supuesto, la explicación ofrecida por los agentes de Inteligencia sobre la catástrofe de la estación Hesperus no le convencía del todo. No se sentía cómodo imaginando que su propio gobierno podía ser el responsable de la masacre, pero no podía evitarlo. Y ese hecho hacia que también mirara con suspicacia todo cuanto ahora aparecía en las noticias. Las naves flotando en el espacio, los soldados saludando en formación, los discursos y el pueblo vitoreando a sus tropas. Todo le parecía parafernálico. Un circo. Propaganda. El mensaje no le llegaba, y al contrario, algo en su interior lo rechazaba.

Quizás era solo que como policía, su naturaleza era la de ser escéptico. O quizás era también porque se sentía resentido hacia aquellos quienes le habían robado su cuerpo y le habían encerrado durante largas y angustiantes horas dentro de los estrechos confines de su propia mente. Podía aceptar aquello y que su molestia podía estar afectando su juicio y su objetividad.

Lo que no estaba dispuesto a reconocer era que estaba enfurecido con Hitomi. Era una actitud infantil e irracional, por supuesto. Ella era solo una IA programada para obedecer a sus propietarios. Solo que había olvidado que los verdaderos dueños de Hitomi eran las corporaciones que la habían diseñado, y él apenas era el usuario de turno. Pero era la única IA personal que jamas había tenido. Ella siempre había estado a su lado, aconsejándole y asistiéndole. El a su vez había compartido con ella sus alegrías y tristezas. Había sido su cómplice cuando de niño frecuentaba sitios virtuales pornográficos a escondidas de sus padres, y su confidente cuando empezó a dar sus primeros pasos en el amor. Cuando terminó su relación con Amelie y cuando sus amigos y su familia se alejaron, ella fue uno de los pocos que siguió allí, lista para consolarlo y apoyarlo.

Sin embargo, esa mañana había sido agredido de una forma brutal. Humillado e impotente, había sido incapaz de evitar que tomaran el control de su cuerpo y que luego lo separaran de sus sentidos. Solo y asilado en una celda virtual, había suplicado por su ayuda. Pero no, en esta ocasión ella no estaría a su lado, sino en el de sus captores. No estuvo para él entonces, cuando más la había necesitado.

No, no podía reconocerse a si mismo que lo más lo tenia descompuesto, por sobre todo, era el haber constatado que en verdad él no significaba nada especial para Hitomi. Por supuesto que no, se repitió a si mismo. Tan solo era un software, programado para realizar sus tareas y nada más.

Siempre lo había sabido. Solo que no lo había creído realmente.



16 de Julio, 2510.


Abajo, a cientos de kilómetros de distancia, el sur de África, entre nubes blancas. Un nuevo día comenzaba en las costas del Océano Índico. En efecto, el Sol se alzaba por sobre la curvatura de la Tierra, iluminando a la maltrecha Estación Hesperus, y un poco más cerca, a la Flota Expedicionaria Marciana; el imponente crucero Fobos acompañado por cuatro destructores y siete fragatas.

Aun ocultos en la sombra del planeta, el enemigo. Pero la oscuridad no era un obstáculo para los ojos a través de los cuales la almirante Bridenbaugh los observaba. Los diversos sensores de sus sondas de reconocimiento, y que traducían los datos de modo que pudiesen ser interpretados por su mente como la imagen de una multitud de naves de todos tipos, la mostraban acercándose a toda marcha. La Primera Flota Selenita atacaba justo al amanecer.

Ellos habían elegido el momento, pero ella había elegido el lugar. Después tomar control de la estación y enviar a los sobrevivientes a la Tierra, Bridenbaugh había decidido sacarla de su órbita geoestacionaria y mantenerla siempre del lado opuesto de la Luna, complicando así las comunicaciones de sus adversarios. Asimismo, y aprovechando que los reactores de la estación seguían funcionando, habían montado numerosos generadores de plasma en su interior, capaces de levantar poderosos escudos, y convirtiendo a la Hesperus, o lo que quedaba de ella, en un pequeño bunker espacial. En su interior, ningún ser humano. Solo IAs encargadas de su defensa.

Hasta el momento, los preparativos de la almirante habían dado resultado. Ya había logrado rechazar dos ataques desde arriba, la Tierra siempre como referencia. La estación había servido como un gigantesco paraguas tras él cual sus naves se mantenían a salvo, dejando que sus enemigos agotaran sus reservas de energía. La situación era equivalente a la de una fortaleza sitiada y pronto el comando selenita había comprendido que les llevaría mucho tiempo someter a sus adversarios. Cambiando de estrategia, descendieron y vinieron desde la noche.

Ahora las naves marcianas aparecían ante los selenitas como una hilera de puntos luminosos que se prolongaba desde la Hesperus por varios kilómetros en dirección hacia el planeta azul. La última de la linea, bastante más alejada del resto, y de la protección que podían ofrecerle los escudos de la estación espacial, era la propia Fobos. La almirante invitaba a sus enemigos a atacarle y ellos aceptaron el gambito. Exponiéndose al fuego simultaneo de toda la flota marciana, los de la Luna cargaron contra ella, con el valor y la osadía de quienes no temen perder la vida en la batalla. Pues claro, quienes lideraban aquel asalto estaban a miles de kilómetros de distancia, a salvo de las consecuencias de sus decisiones.

Bridenbaugh retrocedió un poco, abandonando la linea recta que se había esmerado en mantener con respecto del resto de sus unidades. Sus destructores y fragatas también se movieron, pero en sentido contrario.

Por su parte la nave insignia de los selenitas, el crucero Copérnico, avanzó rodeado por una docena de naves menores. Un grupo semejante, liderado por el crucero Kepler, siguió a la primera desde cierta distancia. Atrás y manteniendo una posición de expectativa, quedó la Galileo con unas pocas unidades de reserva.

Mientras la Copérnico intentaba dar alcance a la Fobos, las fuerzas del planeta rojo concentraron su ataque sobre la Kepler y sus acompañantes. La estación Hesperus comenzó a disparar sobre aquel grupo. Los rayos láser de la estación terrestre fueron rechazados por los escudos y no causaron daños, pero permitieron que los destructores marcianos llegaran a corta distancia del crucero selenita. Cuatro escuadrones de cazas marcianos fueron desplegados para enfrentar el verdadero enjambre que emergía de los hangares enemigos. Comenzó el intercambio de de fuego a corta distancia.

Las fuerzas lunares quedaron efectivamente divididas en dos, y quizás fue en ese momento que los altos mandos a bordo de la Copérnico comprendieron que algo andaba mal. Lograron hacer ver el riesgo a sus superiores que dirigían la operación desde el Cráter Schrodinger y la poderosa Copérnico envió la mitad de sus unidades de apoyo en ayuda de la Kepler.

Era la señal que Bridenbaugh estaba esperando. Dio la orden a sus subordinados de abordar los módulos salvavidas, al tiempo que dirigía su voluminosa embarcación contra la poderosa Copérnico. Los selenitas comprendieron demasiado tarde las intenciones de la almirante. Comenzaron a disparar frenéticamente contra la Fobos, pero el crucero tenia toda su energía dirigida hacia sus defensas y los esfuerzos de sus enemigos fueron en vano.

Bridenbaugh comprendía, sin embargo, que aun tenia que encargarse de los escudos de la Copérnico. Si no lograba eliminarlos, no conseguiría nada más que estrellarse contra ellos y desintegrarse en una formidable explosión. Pero la fortaleza de sus enemigos era también su debilidad. Los había obligado a concentrar toda su energía en el escudo plasmático frontal, dejando vulnerable al resto de sus flancos. Desplegó cientos de misiles y los dirigió en distintas trayectorias contra su objetivo. Las baterías láser de la Copérnico dieron cuenta de la mayoría, pero ella necesitaba que solo una llegara lo bastante cerca. Cuando eso ocurrió, se activo automáticamente, propagando un potente pulso electromagnético.

Ambas naves quedaron sin energía, sin sistemas computacionales, sin soporte vital, sin armas ni escudos. La inercia hizo el resto. Al estrellarse, hundieron sus cascos una contra la otra, y una serie de explosiones se extendieron a lo largo de sus fuselajes. Finalmente dos poderosas detonaciones terminaron por convertir al conjunto en una pila de metal retorcido.

Mientras tanto, y aprovechando las vacilaciones de sus enemigos, los cuatro destructores marcianos habían logrado dañar severamente al crucero Kepler, que ahora intentaba huir, acosado por sus perseguidores. La Galileo y el resto de la flota salieron de su letargo y intentaron ir en ayuda de su compañera herida. Pero estaban demasiado lejos. Disparo tras disparo, los láseres marcianos eran bloqueados por las defensas de la Kepler, pero cada vez más cerca, cada explosión empujándola más hacia el precipicio. Finalmente una descarga dio en los motores, y la nave ya no pudo modificar su rumbo. El estilizado crucero se precipitó hacia la Tierra, dejando tras de si un reguero de módulos de salvamento. Su casco se incendio al ingresar a la atmósfera, y los habitantes de Madagascar pudieron ver aquella mañana el impresionante espectáculo; los restos de la formidable estructura envueltos en un remolino de fuego, atravesando el cielo. En la mitad de su trayectoria estalló violentamente, esparciendo trozos de metal por todo el océano más abajo.

Pero la flota marciana también se había visto golpeada y solo le quedaban unas pocas naves en capacidad de combatir. Había llegado al hora de retirarse, pero en definitiva solo una fragata y un destructor lograrían escapar de sus ahora enfurecidos perseguidores y regresar a casa a salvo.

No obstante, las primeras en volver serian las IAs a bordo de la Hesperus. Cuando los escudos de la estación finalmente cedieron, ellas se transmitieron a si mismas, recorriendo en solo quince minutos el espacio que las separaba de Marte. Una bomba atómica dejada por ellas para tal efecto, estalló en la estación, esta vez destruyéndola completamente y concluyendo de esta forma con su breve pero convulsionada existencia.

Así, el campo de batalla era de la Luna. La victoria era de ella. Una victoria, si, pero con sabor demasiado amargo. El precio, en efecto, había sido demasiado alto.

A bordo de su cubículo, que en el último momento había sido expulsado de la Fobos, Bridenbaugh se acercaba a la atmósfera terrestre. Nada podía saber del desenlace de la batalla y solo le cabía esperar que las computadoras hubiesen tenido tiempo de calcular correctamente su ángulo de ingreso antes de ser alcanzadas por el pulso electromagnético.


jueves, 15 de noviembre de 2007

¿Quien Está Ahi? John W. Campbell. 1938.


Club de Lectura de Relatos de Ciencia Ficción.
Sesión 02.
¿Quien está ahi?. John W. Campbell, 1938.

También comparto la opinión de muchos. Mi principal objeción radica en el estilo narrativo, aveces recargado, lento, dificultoso. No se hasta que punto la traducción conspiró (o quizás alivio?) este problema.
Sin embargo la idea es potente. Lo demuestra el hecho de que haya sido filmada en 1982, generando una película cuyo argumento se desenvuelve muy bien en el contexto de la ciencia ficcion de los ochenta. Aparentemente lo que le falto a Campbell fue precisamente un buen editor que le dijera como pulir aquel diamante en bruto.
Otro aspecto interesante es que las principales falencias del cuento corresponden casi precisamente a los defectos de los que se acusa al grueso del material generado en la Edad de Oro, o como correspondería decir, la era Campbelliana. Y es que claro; el propio Campbell, en sus propios intentos de escribir, no muestra mayor preocupación por el desarrollo de personajes, excluye el romanticismo y especialmente el sexo, demuestra pasión por las ciencias duras, y confía en las capacidades de la humanidad al punto de sonar chauvinista. Características que apreciamos en este cuento, y que obviamente son algunas de las mismas características fundamentales de los productos de Edad de Oro y de todos su principales autores (al menos en ese periodo). Podemos observar la marca en un Heinlein temprano, en Van Vogt, en del Rey... y por supuesto, sobre todo, en Asimov.
En definitiva, quizás el relato no tiene mucho mérito en si mismo, pero nos sirve para poner en perspectiva lo que vendrá después. Que cuando pretendamos identificar las directrices que condujeron el criterio editorial de Campbell, vamos a tener un indicador bastante pertinente.

Nota: La imagen corresponde al número de agosto de 1938 de "Astounding" donde originalmente fue publicada "Who Goes There?".

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Una Odisea Marciana. Stanley Weinbaum. 1934.



Club de Lectura de Relatos de Ciencia Ficción.
Sesión 01.
Una Odisea Marciana. Stanley Weinbaum, 1934.

"A Martian Odyssey" fue originalmente publicada en el número de Julio de 1934 de "Wonder Stories", por entonces dirigida por el propio Hugo Gernsback.
Es la primera historia de ciencia ficción escrita por Weinbaum, y que permanece como su mas famosa contribución al género, una que desde siempre ha figurado como una obra clave y fundamental.
El autor, sin embargo, fallecería poco tiempo después, a fines de 1935.

Este cuento lo leí por primera vez hace unos quince años. Recuerdo que lo que más me llamó la atención entonces fue ese despliegue de imaginación, diríamos, desbocada. Porque claro, la ciencia ficción en su intento de ser "científica" (o "hard") de alguna forma limita un poco este aspecto. Comparaba con Asimov, Bradbury o Clarke con sus poco exitosos esfuerzos por introducir visiones realmente alienígenas en sus visitas a Marte.
Weinbaum hace el salto y se atreve a describir las cosas mas fantásticas recurriendo al expediente de que simplemente están mas allá de nuestra capacidad "actual" de ser comprendidas racionalmente, pero que podrían ser entendidas "científicamente" eventualmente. Y en esto discrepo de quienes ven mucha similitud con "Alicia", por cuanto allí nunca se pretende que las experiencias maravillosas lleguen alguna vez a ser comprendidas racionalmente. Por eso creo que "Una Odisea Marciana" es ciencia ficción y no literatura fantástica a secas.
Si, hay algo de onírico en la narrativa del autor, pero no muy distinta de la que podría existir, por ejemplo, en "La Maquina del Tiempo", de H. G. Wells. Creo, yo, al menos.
Bien. Y entonces he leído por segunda vez este cuento y esta vez ha sido otro el autor contra el cual he terminado comparando el relato. Un autor que ahora me ha parecido notablemente influenciado por Weinbaum. Este es Larry Niven. No solo por la imagen del Titerote que a cada rato se me sobreponía a la de Tweel, sino por otras obras de Niven, historias de viaje, como la de Weinbaum, y donde se exploran maravillas tras maravillas, sin detenerse a racionalizarlas mucho. No pienso tanto en "Mundo Anillo", sino en historias como "Un Mundo Fuera del Tiempo", por ejemplo.
También he venido a relacionar este cuento mucho más con su contexto histórico y personal (del autor), gracias a vuestros comentarios. Siempre me ha gustado un poco desmenuzar aquello que Tolkien llamó "el humus de la mente". "Alicia", la cura del cáncer, y demases. Aspectos que sin duda vienen a aportar en el entendimiento de las causas que provocaron que "Una Odisea Marciana" fuese escrita de la forma en que lo fue.

Fuente: www.tauzero.org